“La educación superior ha pasado de ser un bien cultural a un bien económico; las universidades han dejado de ser instituciones marginales en la sociedad, para ser enormes instituciones, centrales de desarrollo de las sociedades que integran. Hemos pasado de ser instituciones en la sociedad, a ser instituciones de la sociedad”. Barnett
Desde 2010, los sistemas educativos de los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) trabajan con un modelo de educación basada en competencias, un modelo que no ha sido fácil de asimilar ni de aplicar, puesto que no estuvo pensado desde una realidad local, sino que fue impuesto desde las experiencias del Proyecto Tuning en la Unión Europea y del Proyecto DeSeCo (Definición y Selección de Competencias) que promueve la OCDE. Por tanto, es lógico que existan grandes lagunas en su conocimiento y aplicación, sobre todo en lo que respecta a la educación superior.
Las críticas más importantes hacia las instituciones de educación superior (IES) siempre han ido en el sentido de que se encontraban completamente desligadas de las necesidades de la sociedad, además de que se encargaban de reproducir los conocimientos de manera teórica, en vez de aplicarlos o generarlos.
Era evidente que en un mundo global y cambiante como el actual, esa enseñanza academicista estuviera teniendo fuertes deficiencias a la hora de preparar a los jóvenes para el mundo laboral. Por ello era imperativo revisar los perfiles de ingreso y egreso, el currículum, la formación de los docentes y la vinculación con los diferentes sectores de la economía para ajustar su ritmo a los nuevos tiempos.
La Educación Basada en Competencias trata de solventar esas deficiencias educativas y responder a los desafíos de esa realidad cambiante, por lo que se fundamenta en una serie de principios encaminados a formar personas capaces de enfrentarlos, algunos de los más importantes son:
1. Que el conocimiento debe ser aplicado y no acumulado;
2. Que se centre en el aprendizaje del estudiante.
3. Que el alumno participe en la construcción de su propio aprendizaje;
4. Que la evaluación se centre en el desempeño del estudiante;
5. Que la planificación se base en indicadores y evidencias de aprendizaje ;
6. Que sea un modelo curricular flexible e interdisciplinario, ya que los saberes no serán estáticos de ahora en adelante;
7. Que inicie siempre con una clara definición del perfil del egresado, acorde a su posterior quehacer profesional.
Alrededor de este nuevo modelo se ha desarrollado una gran cantidad de estudios e investigaciones que, a mi modo de ver, han vuelto compleja, tanto la definición de competencia y lo que abarca, como su correcta aplicación y evaluación.
“Las competencias son el conjunto de comportamientos socioafectivos y habilidades cognoscitivas, psicológicas, sensoriales y motoras que permiten llevar a cabo adecuadamente un desempeño, una función, una actividad o una tarea”. Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. UNESCO
Existen también muchas clasificaciones, pero haciendo una simplificación se puede hablar de tres grande competencias: las básicas, las genéricas o transversales y las específicas o especializadas.
1. Las básicas se asocian a conocimientos fundamentales que sirven de base para adquirir otros más complejos y que abarcan todos los lenguajes (lengua materna, el de las matemáticas, el de la informática y el segundo idioma).
2. Las genéricas, que se relacionan con las actitudes y valores de la persona y aluden a su comportamiento social.
3. Las específicas, que son propias de una disciplina en concreto.
Según los expertos, las competencias tienen muchas más ventajas que el modelo tradicional, porque se puede medir mejor los aprendizajes, se garantizan las capacidades de los egresados y les facilita su inserción en el ámbito laboral.
No obstante, a pesar de sus bondades, se han alzado voces críticas que no ven con buenos ojos que la educación superior se esté convirtiendo en formadora de capital humano al servicio de los empleadores.
Los detractores consideran que el modelo por competencias tiene un sentido reduccionista, ya que prioriza los aspectos técnicos con una perspectiva práctica y dirigida a la eficiencia, sin incidir en la enseñanza del pensamiento crítico y reflexivo ni en la formación social y humanísta del individuo.
Según, Miguel Zabalza, existen seis retos que deben enfrentar las universidades:
“1. Adaptarse a las demandas del empleo;
2. Situarse en un contexto de gran competitividad donde se exige calidad y capacidad de cambio;
3. Mejorar la gestión, en un contexto de reducción de recursos públicos;
4. Incorporar las nuevas tecnologías tanto en gestión como en docencia;
5. Constituirse en motor de desarrollo local, tanto en lo cultural como en lo social y económico; y
6. Reubicarse en un escenario globalizado, que implica potenciar la interdisciplinariedad, el dominio de lenguas extranjeras, la movilidad de docentes y estudiantes y los sistemas de acreditación compartidos”.
El nuevo modelo por competencias está diseñado para hacer frente
a esos retos, por lo menos teóricamente,
pero ha sido un cambio de
paradigma tan importante, que parece que aún no se han asimilado ni los conceptos ni su verdadero alcance, así que hay que darle tiempo
para que se consolide y
arroje resultados.
Publicado en La Jornada de Aguascalientes el 28 de noviembre del 2012.
Twitter: @PetraLlamas
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