"El espíritu se deja atraer, por pereza y por costumbre, a lo que
es fácil y agradable. Este hábito pone límites a nuestro conocimiento, y nadie
se toma el trabajo de llevar su espíritu todo lo lejos que podría ir. F. de la Rochefoucault
En el siglo XIX surge
un movimiento encaminado a renovar de una manera profunda el sistema
educativo, influido entre otras cosas, por el cambio en la sociedad
industrial y la expansión de la educación hacia niveles sociales que antes no
podían acceder a ella.
Por tanto la escuela se
convirtió en un recinto en el que convivían una gran variedad de alumnos con circunstancias
sociales y económicas muy diferentes. De maneara que resultaba lógico que estos
importantes cambios hubieran generado la necesidad de modificar los métodos educativos existentes,
para con ello poder atender exitosamente a la diversidad de alumnos.
A este movimiento se le conoce como “Escuela nueva” o “Escuela activa” que se oponía claramente a las
formas y métodos de la educación tradicional. Estaba basado en las ideas de pedagogos, filósofos y psicólogos como Rosseau, Pestalozzi, Froebel,
entre otros. Sus tres principales características pueden resumirse en:
1. El respeto a los intereses del alumno.
2. Fomentar el aprendizaje autónomo y
3. El aprendizaje como resultado de la actividad del alumno y no como simple
transmisión del conocimiento.
En este modelo, el profesor se convierte en un facilitador del aprendizaje y por tanto, pierde
el papel protagónico de la escuela tradicional. Sin embargo no hay que olvidar
que una de las críticas que la Escuela
Nueva tuvo en su época era que supeditaba el conocimiento en favor
de la actividad y que no existía disciplina suficiente.
Resulta interesante, por no decir alarmante, que se haya repetido la
misma historia en la sociedad actual, y que se haya decidido modificar los
viejos paradigmas de la
escuela tradicional para
adoptar los principios de la Escuela Nueva, aunque enriquecida por nuevas
teorías, para después orientarla hacia una educación basada en
el aprendizaje del estudiante. De manera que hemos pasado de
un magistrocentrismo, donde
el maestro era el protagonista, a un paidocentrismo, dejándole ese lugar al alumno.
El problema de este cambio, tan positivo en su enfoque, es que no está
arrojando los resultados esperados y su aplicación, a mi modo de ver, dista
mucho de ser lo que la teoría señala. Creo que algunos de los conceptos que le
dan sustento están distorsionados y
que, por mucho que los repitan grandes eruditos de la educación, no le cambian el sentido que
realmente se le está dando a ese paidocentrismo.
“Con carácter
general, el papel del enseñante tiende
a modificarse en la medida en que la función magistral de transmisión de los
conocimientos viene completada por funciones de diagnóstico de las necesidades
del alumno, de motivación y
estímulo para el estudio,
de control de la adquisición del saber”. UNESCO
Ahora el maestro debe diagnosticar las necesidades de sus alumnos, partir de sus intereses, motivarlos en el estudio, además
de hacérselo significativo y
se le exige también controlar que
hayan adquirido los conocimientos. Todas estas actividades ya las llevaban a cabo los buenos maestros de la
escuela tradicional, como seguramente también lo hacen los buenos maestros en
la actualidad.
Sin embargo, no se debe perder de vista que el acto de aprender es un
acto de voluntad y que, por muchos malabares que
haga el maestro, si el estudiante no quiere, será muy difícil lograrlo.
Tampoco hay que perder de vista que el aprendizaje requiere de esfuerzo y disciplina, de la que no se debe
prescindir o de lo contrario se corre el riesgo de convertir a los alumnos
en perezosos, inmaduros e incapaces de asumir su propia responsabilidad, algo
que ya se está volviendo una constante.
Ahora el alumno espera pasivamente que el maestro se encargue de todo,
que lo motive, lo entretenga y le haga fácil la clase porque si no, lo culpará
de su aburrimiento o de su mal desempeño.
Definitivamente, algo que teóricamente es bueno, empieza a desvirtuarse. No se trata de que el
maestro cargue sobre sus hombros con todo el compromiso, camuflado bajo el sobrenombre de
“facilitador”. El alumno tiene una parte muy
importante en su propio aprendizaje y esa parte comporta esfuerzo, disciplina y sobre todo responsabilidad. Convertir al estudiante en el eje del hecho educativo no es sinónimo de que el maestro lo haga todo para que él aprenda.
Los padres también
han adaptado las nuevas teorías y el rol del maestro a su propia conveniencia, por eso le exigen y
tienden a culparlo del fracaso
escolar de sus hijos. También han malinterpretado el término de “colaboración con la escuela” creyendo
que significa entrometerse y criticar la tarea del docente; cuando en realidad su papel está en casa y es ahí
donde deben colaborar con el maestro, formando a sus hijos en valores,
ayudándoles a adquirir hábitos de estudio, haciéndolos personas educadas y
respetuosas, enseñándoles que todo lo que realmente vale en esta vida, supone
un esfuerzo, pero sobre todo, que cada quien es responsable de sus propios
actos.
No dejemos que los términos desvíen el
verdadero propósito de la educación y
empecemos a hacer lo que a cada uno le toca y de preferencia, mucho mejor de lo
que ahora se está haciendo.
Publicado en La Jornada de Aguascalientes el 9 de noviembre del 2012.
Twitter: @PetraLlamas
Youtube: https://www.youtube.com/channel/UC9aYpMfchINwkzJpozbgE_g/videos
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