“Temo
el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad, el mundo sólo tendrá
una generación de idiotas” (buena frase que nunca dijo Einstein)
Había una vez un lindo país, lleno de recursos naturales, pero con grandes desigualdades económicas y sociales. Este hermoso país formaba
parte de organizaciones mundiales que dictaban normas y comportamientos económicos y
también sobre educación. Si las
seguías al pie de la letra te podían prestar
dinero, pero si te rebelabas ese dinero nunca llegaría, de manera que el bello
país decidió aceptar las condiciones
porque necesitaba financiarse para prosperar.
En la parte educativa pareciera que había que destruir la reputación de sus maestros,
líderes naturales y a ratos padres
sustitutos, porque podían ser muy peligrosos. Así que hubo un despliegue de
campañas en contra de ellos en videos, películas y documentales, señalando
siempre lo negativo. Los padres
empezaron a recelar de los maestros
y hasta en algunos casos se atrevieron a amenazarlos o golpearlos. El trabajo
estaba hecho.
No obstante, como el maestro defendía su liderazgo y su papel con su propio
trabajo, se dieron cuenta de que esa lucha contra ellos no iba a triunfar, por
tanto había que quitarles su rol y entonces establecieron que no era
necesario que el maestro supiera más
que sus alumnos, por lo que su formación empezó a tener serias deficiencias, para luego hacerle creer
que tan solo era un guía, un mero acompañante en el proceso de enseñar y aprender. Los propios maestros
se lo creyeron y lo replicaban en cada sesión de capacitación, hasta que redujeron su trabajo al de un instructor, fácilmente reemplazable.
Las organizaciones internacionales
estaban felices, el trabajo de guía que
ahora realizaba el maestro ya podía ser
sustituido por una computadora. Eso
sin duda agradaría muchísimo a las grandes corporaciones de las TIC´s, ya que, si con anterioridad
habían hecho grandes negocios en las
escuelas convenciéndolas de que sin
las TIC´s no había calidad, ahora
sería mucho más fácil depender de ellas, sobre todo porque era del dominio
público aquello de que los alumnos
sabían más que los maestros y no los
necesitaban si utilizaban Google. Ya
sólo era cuestión de tiempo que los estudiantes
secaran sus cerebros y se volvieran dependientes de la tecnología.
Publicaron por doquier que no
hay verdades absolutas, que todo era válido, así que desapareció la incómoda sensación de estar haciendo algo malo, con todas sus consecuencias.
También se estableció que el
alumno no sería evaluado, porque eso
le creaba ansiedad y tampoco podía reprobar ya que afectaría las estadísticas y el país no obtendría los
préstamos para crecer. De todas
maneras no había contenidos sobre
los cuales ser evaluados, así que tampoco
importaba demasiado.
Decidieron que memorizar era un acto terrorífico, máxime cuando ya existía Google y dejaron su cerebro vacío de contenidos sobre los que pensar y, cuando les dijeron que tenían
que aprender a aprender, no supieron cómo hacerlo. Nadie les informó sobre la
importancia de la lectura en el aprendizaje y en la formación del pensamiento crítico, que además los alejaría de la manipulación y el borreguismo;
nadie les habló de que sólo sabemos lo que recordamos y que no podemos buscar
en Google lo que no sabemos.
Las grandes organizaciones
determinaron que el alumno tenía que
ir a la escuela a ser feliz, que no estaba bien visto que los
maestros les exigieran, los hicieran estudiar
o los evaluaran, se trataba de no agobiarlos, de dejarse llevar por las emociones, y que la educación debía ser light y a la carta. Fueron educando niños débiles, sin carácter ni tolerancia a la
frustración.
Como dije anteriormente, en
ese país había muchas desigualdades y sabían que la educación, o mejor dicho, la mala
educación las acentuaría aún más,
así que crearon falsas expectativas
y todo el mundo quiso estudiar en la universidad,
por lo que empezaron a egresar analfabetas
con títulos universitarios. Era una educación para todos que no le servía a nadie.
Por su parte, las grandes elites decidieron que sus hijos sí estudiarían en colegios y universidades donde habría contenidos,
se utilizaría la memoria, el acto de
estudiar, las tareas, el bilingüismo y
otros muchos aprendizajes que les
dieran las herramientas para su futuro
liderazgo. Todo ello mientras las masas
se perpetuaban en la ignorancia, la mediocridad y en una educación sin calidad, pero en la que
eran felices.
Ya estaba dado el caldo de cultivo para que la inteligencia artificial se volviera
indispensable y sustituyera sin mayor dificultad a los seres humanos sin cerebro
ni criterio, pero como alguien tenía que programarlos
y dirigirlos, las élites educadas y pensantes se encargaron de
hacerlo, así que ni los robots
pudieron acabar con su supremacía.
Aún no sabemos cómo termina
esta historia, lo único cierto es que
la educación de calidad puede
cambiar el curso de los acontecimientos y son los maestros los que tienen en sus manos el maravilloso poder de hacer
la diferencia, preparándose a
conciencia y haciendo lo propio con sus alumnos.
Una computadora jamás sustituirá a
un maestro, a no ser que éste lo
permita, como tampoco nadie puede quitarle a los padres el derecho a ser los primeros formadores de sus hijos
y colaborar estrechamente con los profesores,
demostrándoles el respeto que se
merecen.
Cualquier parecido con lo
que está pasando en educación es
mera coincidencia. Este relato es ciencia ficción… o tal vez no. Petra Llamas
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Publicado en La Jornada de Aguascalientes el 28 de febrero del 2020
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