Me levanté temprano para llegar pronto a la casilla donde me tocaba votar
y decidí ir caminando, pero como no
conocía la zona me perdí, después de caminar un buen rato. Tampoco llevaba celular, así que no pude orientarme con
su GPS.
Le pregunté a una mujer cómo
llegar a la casilla y ella comentó
algo así como que tal vez aún alcanzaríamos el coche que iba para allá. Caminamos
juntas hasta un auto de color negro
que estaba por arrancar. Les preguntó si cabía una persona más y me dijo que me
subiera.
Desde niña te enseñan a no
hablar con extraños y mucho menos a subirte
a un coche con ellos. Me asomé y vi
que había dos jóvenes al frente y dos ancianitas de aspecto humilde en la
parte de atrás y contra todo lo que me habían enseñado, me subí al coche, agradeciendo el detalle de llevarme.
Los jóvenes no sabían bien
dónde estaba la casilla y estuvieron
dando algunas vueltas y en el trayecto una de las abuelas dijo en voz alta que no podía
consentir que ganaran “los otros” y
que por eso ella quería votar. No
puedo negar que me inquietó el desvío de la ruta y el comentario. Yo me preguntaba de qué partido serían las abuelitas y cuál el de “los
otros” ¿Qué tal si “los otros” eran mis favoritos? Finalmente llegamos al colegio que nos correspondía y respiré
tranquila.
Agradecí el viaje, me despedí
de los cuatro y corrí rápidamente para
perderme entre el montón de gente que buscaba la letra inicial del apellido para
formarse y votar. No obstante, una
de las ancianas compartía letra del
apellido conmigo y volvimos a coincidir.
La otra votó rápidamente y se unió a
nosotras.
Mientras esperábamos, la que
había votado empezó a hablarme de la
ideología política de su familia y las razones por las que ya no votarían por “los otros”. Me agradó
mucho la simpleza de sus razonamientos. No tenía nada que ver
con los candidatos, a los que ni conocía,
tampoco con sus propuestas sobre el agua, la seguridad, la movilidad
o la economía que tampoco conocía y,
aunque el Presidente le caía muy
bien y creía que obraba de buena
voluntad, había cosas que no le gustaban y estaba muy decepcionada.
Su nuera ya no tenía acceso a
la guardería para sus nietos y en días pasados, que fueron al
Seguro Social, no tenían los medicamentos que ella necesitaba, ya ni
siquiera había aspirinas y las que requería
le costaron 300 pesos en la farmacia,
lo bueno es que las pagaron entre sus hijos.
Siguió enunciando todo lo que había dejado de percibir y concluía que el cambio
y la esperanza que prometieron no la
convencían, por eso quería votar
para que “los otros” no ganaran.
Al final nos regresamos caminando,
mientras me contaban sobre su juventud
trabajando en los campos que ahora ocupaban cotos residenciales. Para mi fue una
experiencia diferente, tuve la oportunidad de escuchar el punto de vista de
alguien con una ideología muy
definida que cambiaba su voto por cuestiones
sencillas, nada complicadas y no
pude evitar preguntarme si tanto gasto
en las campañas habría sido necesario. Fueron campañas en las que se han aprovechado de la pobreza y la ignorancia
de la gente, gastando en el proceso un dinero
que pudo utilizarse para mejorar su situación.
Yo no tengo tan claro que estas votaciones
hayan sido un triunfo de la democracia. La democracia exige, necesariamente, que los ciudadanos estén educados
y que voten con conocimiento de causa. El voto
de una persona ignorante que ha sido
manipulada con dádivas no es democracia.
Tiene Indalecio Prieto, un
político socialista español una frase genial que dice al respecto:
“Cuando no existen las posibilidades de
educarse, de levantar, dentro de la masa corpórea, la estatua magnífica de un
espíritu cultivado, no se puede ser ciudadano”.
Hemos visto debates vergonzosos,
sin argumentos, ni propuestas, al igual que los anuncios machacones en redes y medios. No ha habido buenos proyectos, ni una visión de sociedad, sólo promesas de regalos, cual vendedores baratos en oferta. No hemos visto diálogos
donde se escuche, se comprenda, se razone o se argumente. Sólo ha habido reproches
y trapos sucios. Me queda claro que
si queremos una mejor sociedad es
tiempo de educar en el diálogo, en
saber ceder, en llegar a consensos y
sobre todo en pensar siempre en el bien
común.
Está bien alegrarse de que haya
salido tanta gente a votar; de que esto
sea un ejercicio democrático; de que
tengamos un organismo que haya arbitrado
las elecciones; pero no podemos olvidar que sólo un pequeño porcentaje votó de manera razonada; que otro grupo lo hizo por venganza, intereses económicos o políticos y que una gran
mayoría votó con ignorancia y cargando una pobreza añeja.
Creo que nos debemos alegrar cuando disminuya esa pobreza e ignorancia de la que se han aprovechado muchos políticos; alegrarnos cuando no se despilfarre el dinero en campañas destructivas; cuando los candidatos hagan propuestas y la gente las entienda; cuando no prometan lo que no podrán realizar; cuando no ofrezcan regalos para que voten por ellos. Nos debemos alegrar cuando haya una verdadera democracia porque los votantes están educados y ejercen su derecho como auténticos ciudadanos.
Me gusta la frase de Isaac Asimov que dice:
“Existe un culto a la ignorancia; la presión del anti-intelectualismo ha ido abriéndose paso a través de nuestra vida política y cultural, alimentando la falsa noción de que la democracia significa que mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento.” Petra Llamas
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Publicado en La Jornada de Aguascalientes el 11 de junio del 2021
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