Me contaba una amiga que su
hija, que está terminando 5º de primaria,
no había aprendido nada durante este
año y medio de pandemia con las clases en línea, al contrario, había
retrocedido en una serie de hábitos que
había adquirido su hija y de los que
se sentía orgullosa. Ahora se
mostraba indolente y le costaba motivarse o entusiasmarse con cuestiones de la escuela o el estudio.
Empezó a notarlo este último mes en que por fin regresaron a clases. Por un lado quería volver con sus amigas, pero al mismo tiempo sentía una
enorme pereza para estudiar, realizar ejercicios o inclusive, pensar.
La niña le decía que por qué tenía
que estudiar ahora si durante todo
este tiempo había sacado buenas
calificaciones y casi no se había esforzado.
Los maestros, autoridades educativas y padres de familia están muy preocupados porque son conscientes de que este año y medio ha
sido un desastre en lo que al aprendizaje se refiere. Todos coinciden
en que el daño ya está hecho, por tanto, más que detenerse en el análisis
o las lamentaciones, hay que repararlo cuanto antes y buscar las
mejores estrategias para lograrlo.
El
primer paso, sin duda, es el de volver a las instituciones
educativas y hacerlo de una manera segura para todos, por lo que los hábitos de higiene deben seguirse a
rajatabla, ya que aún no hemos salido de la pandemia. Parte de esa seguridad
debiera ser también la de disminuir
la cantidad de niños por salón y aumentar el número de maestros para poder atender el incremento de grupos, esperando que se mantengan por siempre los salones con pocos niños, haya o no pandemia.
Una vez en clases, empezar a reflexionar sobre lo que han vivido
y sentido durante todo ese tiempo.
Creo que son muchas y variadas las anécdotas
e historias de cada uno de los alumnos y seguramente desean compartirlo con sus compañeros. A mi modo de ver, hay que
dedicarle un tiempo a esa especie de terapia
de grupo. No podemos perder de vista que todos tuvimos pérdidas de gente querida
y algunos de ellos de padres o hermanos
y es que no ha sido fácil para nadie, pero para los niños y jóvenes mucho
menos.
Después de socializar las experiencias, pienso que
es imperativo realizar un diagnóstico minucioso, por no decir un recuento de daños, de los conocimientos que debieran haber
adquirido y planear cuanto antes la
forma de recuperarlos para que en el
siguiente grado tengan las bases
necesarias. Creo que aquí una de las estrategias
más lógicas sería la de ampliar los calendarios escolares y dedicar más tiempo a la educación.
Otra estrategia lógica y oportuna es la de centrarse en los conocimientos básicos, como son la lectura,
la escritura y el razonamiento lógico matemático, en el caso de educación básica y en los conocimientos
que son andamios para construir nuevos, en el caso de educación media y superior. Lo demás es
más sencillo de adquirir.
Los maestros, por su parte, necesitan una atención especial. Ellos también sufrieron la pandemia, cuidaron de sus hijos,
perdieron familiares y tuvieron que multiplicarse por diez para atender a
sus alumnos y a los padres de familia durante todo el día, sin descanso, ni días festivos. Sí ellos,
que son los que tendrán que ayudar a los estudiantes
a recuperar los aprendizajes y de
paso ayudarlos con sus emociones, no
están bien, difícilmente se podrá lograr.
Aquí los padres de familia tendrán
que seguir cooperando, porque ya demostraron que lo hacen muy bien y su papel es el más importante.
Atención
especial también necesitarán los alumnos que no pudieron asistir a las clases en línea y cuyos aprendizajes
fueron casi nulos. Es un buen momento para que los que contaron con todos los apoyos para seguir adelante y
adquirieron los aprendizajes sin
problema, se vuelvan los “maestros”
de compañeros menos favorecidos y
los ayuden a ponerse al corriente. Nadie iguala las habilidades docentes de un estudiante enseñando a otro.
Atención
especial, asimismo, habrá que dedicarle a aquellos que abandonaron los estudios y a los que se deberá rescatar,
para que sus esperanzas no se
trunquen. Es mucha la diferencia que
tendrán en su vida si no vuelven a estudiar;
por lo que si las becas oficiales no
son suficientes para hacer que regresen, tal vez habría que recurrir a las becas del sector privado y a las donaciones de filántropos que siempre
están dispuestos a ayudar cuando de educación
se trata.
Después de tener claro el cómo y cuándo recuperar los conocimientos perdidos en esta pandemia, habrá que enfocarse en el
tema más complicado, el de las emociones
y actitudes, ya que no será fácil recobrar una serie de hábitos como el autodominio, la perseverancia
o el esfuerzo, porque los alumnos se acostumbraron a la benevolencia con la que fueron tratados.
Los maestros comprendían la situación y no querían ser tan estrictos, por lo que ahora costará bastante hacerles entender que
deben trabajar mucho más, porque ya
no se les regalará calificaciones
aprobatorias ante un aprendizaje
mediocre.
Entiendo las quejas
de mi amiga sobre los hábitos perdidos de su hija y que le
duela más que lo que no aprendió. Bien dice el escritor británico, W. Somerset Maugham:
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