Gente invisible



"Sé amable con todos, pues cada persona con la que te cruzas está librando su propia batalla". Platón
Hace algún tiempo, en Puebla, tuve la oportunidad de asistir a la presentación de proyectos de un grupo de trabajadores de ADO que cursaban el bachillerato semipresencial. La fundación de esta empresa promueve la superación de sus empleados, pagando un porcentaje de sus estudios y permitiédoles que utilicen en estos menesteres una parte del tiempo de trabajo.

El grupo de estudiantes lo conformaban personas que tenían  actividades muy diversas: empleados de tiendas de conveniencia, afanadoras, operadores, vendedores de boletos y muchos otras actividades que se realizan cotidianamente en una central de autobuses. Son personas con las que nos cruzamos cuando tenemos que viajar y en las que casi nunca nos fijamos; personas que ofrecen sus servicios y a las que ni siquiera miramos a la cara. Son gente invisible.

Este grupo heterogéneo de estudiantes se dividió en dos equipos para presentar sus proyectos. El primer equipo propuso que hubiera una oficina de atención al viajero, una especie de oficina de turismo y para ello expusieron los lugares más emblemáticos de Puebla, comidas típicas, rutas de autobuses, pueblos mágicos y un sinfín de sugerencias a cual más atractiva. Mi fascinación iba en aumento porque todos y cada uno de ellos se había esmerado al máximo, sabiendo que su exposición sería observada y evaluada por gente ajena al grupo. Fue un equipo que ofreció datos interesantes con su respectivo presupuesto para llevarlo a cabo.

El otro equipo, en cambio, dejó a un lado la parte informativa y presentó un proyecto que se dirigía directamente al corazón y a las emociones. Su propuesta nos permitió mirar, ver y conocer a la gente invisible

Este equipo consideraba que en la central de autobuses debiera existir un “cabina antiestrés” en la que los viajeros o empleados pudieran gritar, fumar, llorar o pensar y, para demostrarnos su funcionamiento, diseñaron con cajas de cartón algo que diera una idea de cómo sería dicha cabina. Le agregaron además un foco con luz verde que le daba un aire de recogimiento y misticismo, y la demostración de su funcionamiento no pudo ser más impactante. Todos y cada uno de los integrantes del equipo entraron en la cabina y leyeron o expresaron en voz alta lo que sentían, lo que los lastimaba y lo que les dolía de su vida
El primero de ellos leyó unas reflexiones filosóficas como una manera de evadirse de su rutinario estrés. Otro expresó, sin ningún guión de por medio, el sufrimiento por el que había pasado cuando tuvieron que cortarle un brazo a raíz de un cáncer. Nos relató, conteniendo las ganas de llorar, su recuperación física y emocional y la tarea dura y agotadora de buscar un trabajo, agradeciendo de paso que la empresa le hubieran dado la oportunidad a pesar de su discapacidad, agradeció también a su familia, a una serie de asociaciones que lo habían apoyado y sobre todo al hecho de estar estudiando el bachillerato, porque con esta actividad había recuperado la ilusión de vivir y el deseo de superarse día con día. 
Otra compañera contó la tristeza por la que estaba pasando con la reciente muerte de su madre. Otra más se quejaba de que el autobús de su casa al trabajo hacía como media hora pero, pero que,cuando había manifestaciones, el recorrido llegaba a tardar hasta dos horas. Otra más expresaba toda la ansiedad que le ocasionaba ser madre soltera y combinar su maternidad con el trabajo en momentos en los que sus hijos estaban enfermos o la necesitaban por cualquier otra razón.
La cabina rudimentaria con su luz verde y los relatos emotivos de los integrantes del equipo nos tenían completamente absortos. Para ellos fue una gran oportunidad de expresarse desde el corazón y para nosotros fue un ejercicio de reflexión muy importante. De repente, la gente que vende los boletos, que nos da el cambio en la tienda o que limpia los baños dejaba su invisibilidad y nos recordaban su existencia.

Fue una presentación de la que salimos transformados y en el recorrido empecé a ver con otros ojos a los que iban y venían apresurados por la estación de autobuses, pero sobre todo a los que trabajaban en ella.

No obstante, esta invisibilidad no la tienen sólo los viajeros o empleados de empresas de servicio, la tienen también alumnos de una institución educativa; la sufren algunos miembros de la familia, en especial los de la tercera edad; la tienen compañeros del trabajo o aquellos que cuentan con alguna discapacidad. La gente invisible parece haberse multiplicado cada vez más. 

Hoy todos parecen estar demasiado ocupados como para fijarse en los demás, a pesar de que, como decía Henry Miller: “ Nadie es lo suficientemente pequeño como para ser ignorado” Petra Llamas 

 Twitter: @PetraLlamas 

Correo:petrallamasgarcia@gmail.com

Youtube: https://www.youtube.com/c/ReflexionesdelaMaestraPetraLlamas/videos 

Publicado en La Jornada de Aguascalientes el 4 de octubre del 2013.




2 Comentarios

  1. Como siempre muy atinados sus artículos. Con mis atentos saludos.

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    1. Muchas gracias, José Luis, por este lindo comentario. Saludos para ti también

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Gracias por tus comentarios