“El hombre es un ser social por naturaleza (…) el que no pueda vivir en sociedad o no necesite nada por su
propia suficiencia, no es miembro de la sociedad,
sino una bestia o un dios” Aristóteles
La lengua española no es algo estático, se alimenta constantemente de neologismos y de palabras de otros
idiomas y ésa es su manera de ampliarse. Cuando una palabra se utiliza regularmente y su significado está asumido por toda la comunidad, los eruditos de la Academia de la Lengua no tienen más
remedio que aceptarla e incluirla en el diccionario.
Así ha ocurrido últimamente con muchas palabras,
en especial algunas que llegaron con las nuevas
tecnologías de la información, como selfi
(está escrito así en el diccionario)
meme o tuit.
Hay que recordar que nuestro idioma fue una lengua romance que derivó del latín vulgar y se enriqueció con palabras de origen árabe, náhuatl y otras lenguas indígenas, además de extranjerismos de diferentes países. No obstante, últimamente es el inglés el que está aportando una serie de neologismos que, nos gusten o no, tendrán que pasar a engrosar nuestro léxico.
Este dinamismo es la característica
principal de cualquier idioma, por
tanto hay que celebrar que el vocabulario
se amplíe con palabras que son usadas normalmente y cuyo significado se
comparte socialmente. Tenía razón el escritor Jorge Luis Borges cuando afirmaba que “Todas las palabras fueron alguna vez un neologismo”.
Los medios de comunicación y las redes sociales han sido uno de los principales vehículos para la generación de neologismos y fueron precisamente ellos los que se encargaron de poner a nivel del pueblo una serie de términos especializados que solamente utilizaban científicos e investigadores del sector salud, pero que, a causa de la pandemia del COVID-19, se volvieron de uso común.
No es raro escuchar en la calle términos como: coronavirus, pandemia, síndrome
respiratorio agudo grave, aplanar la curva, curva de contagio, cuarentena,
incubación, paciente cero, etc. También ha habido tareas de investigación para conocer más de la
famosa gripe española; sobre el
pangolín o la ciudad china de Wuham.
Todo el mundo repite en mayor o
menor grado esas palabras y lo hacen
con la seguridad que les proporciona haber sido escuchadas miles de veces en televisión, radio, prensa o internet. Ha sido tal avalancha de información que casi nos sentimos expertos en el tema.
Sin embargo, de todo el glosario de términos y expresiones que
el coronavirus nos puso a ejercitar,
hay tres que en lo personal me causan una enorme tristeza, porque el hombre es un ser
social y esta situación lo está aislando
de sus congéneres. Estos son: la sana distancia, el distanciamiento social y la nueva
normalidad.
La sana distancia la habíamos utilizado cuando se hablaba de alejarse de alguien por salud mental, para no tener problemas. Se hacía una clara alusión a la parte psicológica y no era un comportamiento permanente, sólo se daba de vez en cuando. Ahora las cosas han cambiado y vemos al otro ser humano como potencial portador de enfermedad y la sana distancia es alejarse de él metro y medio o dos metros, evitando todo contacto.
Hubo mucho ingenio
en México con la creación del personaje,
“Susana distancia”, que con los brazos extendidos nos invita de una
manera simpática a separarnos de nuestros semejantes. Es un comportamiento antisocial a todas luces, pero que las circunstancias nos han obligado a adoptar. Triste expresión para un triste realidad, al menos
temporalmente.
Por su parte, el distanciamiento social, que también engloba la sana distancia, causó cierto desconcierto en algunos puristas del lenguaje que comentaban que era algo paradójico y sugerían se cambiara por el de aislamiento social. El término era lo de menos, la realidad es que conllevaba acciones como la educación y el trabajo a distancia; dejar de viajar y por supuesto evitar lugares llenos de gente. Se trataba de quedarse en casa alejados del resto del mundo, en una cuarentena que se está prolongando mucho más de 40 días.
Un aislamiento que está dejando en muchas
personas una gran ansiedad, soledad y desánimo, aunque somos conscientes de que era lo mejor para evitar contagios y que se saturaran los centros de salud.
Finalmente, la expresión de “nueva normalidad” también deja mucho
que desear desde el punto de vista lingüístico,
y además es una copia del inglés “new
normal” pero carece de importancia su origen, puesto que lo estamos
entendiendo perfectamente. Se trata de adaptarnos
a una nueva forma de trabajar, de estudiar y de relacionarnos
cuidando los espacios, así como dosificar el número de personas que
aceden a ellos, para que exista algo parecido a la convivencia que se tenía antes de la pandemia.
Correo: petrallamasgarcia@gmail.com
youtube: https://www.youtube.com/c/ReflexionesdelaMaestraPetraLlamas
Publicado en La Jornada de Aguascalientes el 22 de Mayo del 20202
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