“(…) Escuela es, sobre todo, personas, personas que trabajan, que estudian, que se alegran, se conocen, se estiman (…) Nada de isla cercada de personas por todos lados”.
Paulo Freire describió una escuela donde las personas
y sus relaciones con los demás estaban por encima de todo. Nunca imaginó que un
virus movería la escuela a un ambiente digital, tal
como la habían visualizado, desde hace años, los futuristas de la educación
y donde el maestro y el alumno están solos, uno enviando y el
otro recibiendo información. Como
islas cercadas de personas o mejor dicho, como islas cercadas de personas distantes y en un mundo virtual.
Freire escribió:
“Escuela es el lugar donde se hacen
amigos, no se trata sólo de edificaciones,
salas, cuadros, programas, horarios,
conceptos. Escuela es, sobre todo, personas, personas que trabajan, que estudian, que se alegran, se conocen, se estiman (...) Nada de isla
cercada de personas por todos lados. (...) Lo importante en la escuela no es sólo estudiar, no es sólo
trabajar, también es crear lazos de amistad (…) En una escuela de este tipo va
a ser fácil estudiar, trabajar, crecer, hacer amigos, educarse. Ser feliz”.
Todos
pensaban que no habría problemas con
la educación digital en este período de crisis.
Era algo con lo que ya se venía trabajando, con cursos de capacitación en
línea; con carreras que alternan el espacio el virtual y el presencial;
con materiales digitales, de los
muchos que ofrece la red; realizando
enlaces con diferentes países, en
directo o diferido, para tener acceso a conferencias,
foros o congresos; o con el uso de las redes
sociales para atraer la atención de los educandos. Así podríamos seguir citando las actividades virtuales con
las que se ha estado trabajando. Parecía obvio, pues, que la digitalización había entrado en el
mundo de la educación sin inconveniente
alguno y que se tenía todo bajo control.
No
obstante, cuando los gobiernos enviaron
a los alumnos a sus casas, las tecnologías ya no parecieron ni tan buenas, ni tan divertidas,
ni tan fáciles de utilizar. El caos inundó a maestros, alumnos y padres de familia. ¿Qué estaba fallando?
El
confinamiento supuso una reorganización a todos los niveles y en muy poco tiempo. El fallo no lo tuvo la educación
telemática, fueron una serie de circunstancias
que se conjuntaron para que no funcionara tal como los expertos habían teorizado.
No todos los alumnos tenían conectividad, ni computadoras o no alcanzaba para todos los miembros de la familia. Muchos
padres trabajando en casa o sin
trabajo. Maestros que se
tuvieron que capacitar al vapor y algunos sin ninguna cultura digital. No hubo tiempo para evaluar si eran muchas, pocas o inadecuadas
las tareas que se enviaba a los alumnos, y menos aún se pensó en el estado emocional de los niños, el de sus padres y el de ellos mismos. Por si fuera poco, los programas no estaban diseñados para impartirse en línea.
A
los problemas anteriores se le debe agregar
el tema de la lectura. Si los alumnos no saben leer bien, comprendiendo
lo que leen, de nada servirá tener conectividad,
dispositivos y unos planes y programas de estudio adaptados, porque nunca llegarán a la comprensión, al conocimiento, ni al juicio
crítico.
Todo
lo anterior se complicó aún más
cuando entró en juego la ausencia de fuerza
de voluntad y el nulo autodominio
de muchos estudiantes, de manera que
procrastinar se convirtió en la acción más frecuente durante esta cuarentena.
Yo
no le daría demasiada importancia a los fallos
de la educación digital, porque el conocimiento
que no se está adquiriendo se puede abordar más adelante, pero lo que no se puede recuperar tan fácilmente es el daño
emocional que ocasiona el estrés, la violencia e inclusive el sentimiento de aislamiento. A esto último casi no se le ha dado importancia.
Muchos
estudiantes han manifestado el deseo
de volver a sus instituciones, por increíble que parezca, y es que, aunque “técnicamente” han estado en contacto
con sus maestros y compañeros, les está afectando
muchísimo dicho aislamiento. A las
nuevas generaciones les encanta el mundo digital y podrían navegar por horas, pero no todos buscan aprender ahí, la gran mayoría lo hace
por diversión. Hoy por hoy, en lo
que a educación se refiere,
prefieren el contacto físico y la interacción en el salón de clases.
Creo
que el aula virtual seguirá siendo, por
algún tiempo, el espacio de la instrucción corporativa y campo de la educación
superior, pero la escuela la utilizará como una herramienta de apoyo únicamente. Las autoridades
educativas tienen mucho que hacer
todavía, para que realmente se llegue a este tipo de educación.
Lo
que se aprende al estar en contacto con otras personas y con el propio maestro
va más allá del currículum escolar,
por lo que hay que pensar en equipar
las aulas adecuadamente, en diseñar programas que fortalezcan la lectura
de comprensión y el razonamiento lógico, pero sobre todo hay que ayudar a construir una niñez y
una juventud con valores que fortalezcan su espíritu, para que puedan gobernarse a sí mismos y enfrentarse sin temor a los retos que tendrán que superar en el
presente y el futuro. Decía Steve Jobs:
“La
tecnología no es nada. Lo importante
es que tengas fe en la gente, que
sean básicamente buenas e inteligentes y, si se les da herramientas, harán cosas maravillosas
con ellas”. Petra Llamas
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Publicado en La Jornada Aguascalientes el 8 de mayo del 20202
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