“Ver un asesinato por televisión puede
ayudarnos a descargar los propios sentimientos de odio. Si no tienen
sentimientos de odio, podrán obtenerse en el intervalo publicitario” Alfred Hitchcock
La
cuarentena por el COVID-19 nos puso a todos a ver películas y series. Yo estuve viendo una que conforme avanzaba me iba escandalizando cada vez más. Acabé
completamente indignada y muy molesta. No puedo entender que se
transmitan, sin filtro, series que hacen apología
del narcotráfico, mientras se
enarbola la bandera de la libertad
de expresión y la no censura.
La
serie iniciaba con una persona
amarrada y amordazada a la que un hombre asesinaba
arrojándola al mar. Ese asesino era el brazo derecho de un capo de la droga en Galicia,
un asesino al que, increíblemente,
acabas teniéndole cariño conforme
avanzan los capítulos.
Posteriormente entran en juego un colombiano psicópata y unos mexicanos, padre e hijo, también psicópatas, en los que se proyecta una permanente xenofobia y discriminación. Dichos personajes serán a partir de entonces los más sanguinarios y crueles y constantemente estarán comparando con los gallegos por los métodos tan diferentes que tienen unos y otros.
Es una comparación que relativiza el asesinato,
como si hubiera criminales buenos y malos. Lo cierto es que ambos son crueles y ninguno, ni el colombiano,
los mexicanos o los gallegos, merecen la simpatía de nadie.
Los
policías no se libran de esa escandalosa amoralidad. La gran mayoría están comprados por el capo
gallego “bueno”; pero hay uno en especial que no ha caído en esa compra y
lo persigue de una manera tan obsesiva y
grotesca que lo único que logra es el desprecio de los espectadores. Es tal el grado de manipulación perversa que
el público desea el bien para los malos y mal para los buenos.
La
serie está llena de incongruencias, pero sobre todo está
llena de crímenes a sangre fría, traición y mucha brutalidad, jugando con las emociones
y la moral del espectador. Aquellos
que tienen criterio sabrán ponerse un
cedazo en el cerebro y no dejarán que los mensajes inmorales y retorcidos calen
en sus convicciones; pero aquellos
que no analizan dichos mensajes
inmorales, vibrarán con la trama y
hasta querrán ser como ellos.
Los
malos son los héroes, a pesar de que matan,
distribuyen drogas y disfrutan de
una vida de riquezas y glamour con dinero manchado de sangre y muerte. Son héroes todopoderosos que compran policías, jueces y autoridades,
volviéndose intocables. Los malos de
nuestro mundo real tienen mucha similitud
en ellos y lamentablemente también gozan de impunidad, con lo cual se refuerzan los mensajes que se emiten
directa o indirectamente.
Sabemos
que el ser humano aprende también
por imitación y estas series, con una
peligrosa ambigüedad moral y conductas reprobables, no aportan nada para la construcción de una sociedad con valores. Tanta violencia
real y ficticia está calando hondo en la conciencia de todos, pero especialmente en niños y jóvenes, que empiezan a verlo como normal y lo que es peor, con la resignación del que cree que no
existe posibilidad de un cambio.
Estos
matones de ficción son un mal ejemplo para muchos, que ven en esas actividades
una manera de salir de la pobreza y
la marginación, sin que gobiernos y sociedad hagan nada por evitarlo,
amparándose, como dije al principio, en la “Libertad
de expresión” y la no censura. Están convencidos de que lo “políticamente correcto” debe
prevalecer, aunque el impacto en la mente de los niños y jóvenes sea negativo y repercuta directamente en su conducta.
Parece
que hubo intentos para legislar en
contra y censurarlas, pero todo
quedó en agua de borrajas. También hay actores
que se han negaron a seguir
participando en narcoseries y televisoras que tomaron la decisión de no emitirlas; pero aún hay mucho que
trabajar para eliminarlas definitivamente y dejar de hacer apología del narco y la violencia,
ya tenemos bastante con la que vivimos en la realidad.
En
“La Ley General de los Derechos de las
niñas, niños y adolescentes”, Artículo XIV: En el rubro del Derecho a la
libertad de expresión y de acceso a la información, dice: “No podrá difundirse o transmitirse información, imágenes o audios que
afecten o impidan el desarrollo integral de la niñez y adolescencia y su
interés superior o que exalten algún delito”. Es obvio que no se está
respetando este derecho y de nuevo
todo queda en letra muerta.
Creo
que es tiempo de hacer a un lado las formas e ir directo al fondo. Lo políticamente correcto tal vez nos dé
una imagen maravillosa al exterior, pero nuestros niños y jóvenes están envenenando
su alma con historias inmorales que
les prometen un mundo de poder, lujos y placeres, traficando con drogas y asesinando gente.
Mientras
tanto, la educación vuelve a ser la
vía más eficaz para neutralizar los mensajes de estos programas. Una educación que enseñe a niños
y jóvenes a desarrollar el criterio,
pero sobre todo adquirir una formación
valoral que les permita distinguir, tanto
en narcoseries como en películas violentas, que lo que está mal no puede
verse como bueno y viceversa.
Me
gusta mucho esta frase del expresidente de Colombia, Laureano Gómez: “La dignidad
de una generación consiste en emplear su propio criterio para discernimiento de
los heredado, impulsando, mejorando todo lo sensato y sabio y disminuyendo, en
lo posible, lo torcido y lo maligno” Petra Llamas García
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Publicado en La Jornada de aguascalientes el 25 de Julio del 2020
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