Las tribulaciones de una maestra en tiempos de pandemia

 Con la educación podemos llegar al techo del mundo sin movernos de nuestro escritorio” Ramiro Manzano Núñez

La pandemia del coronavirus, COVID-19, impuso la educación a distancia en todos los niveles educativos, así que de buenas a primeras, nos encontramos dando clases en un nuevo ambiente, desarrollando nuevas metodologías y tratando de sobrevivir a esta modalidad. Así empezó la aventura de dar clases en tiempos de cuarentena.

En educación superior, algunas instituciones permitieron que los maestros únicamente pidieran a los alumnos que les entregaran proyectos y trabajos a través de la plataforma. Otras decidieron que era mejor que los alumnos recibieran las clases a través de una cámara, en tiempo real y respetando el horario que tenían.

Los problemas no se hicieron esperar. Alumnos que no podían conectarse o que tenían estropeada la cámara; alumnos que en ese tiempo acompañaban a sus padres a cualquier tarea y pretendía escuchar la clase como si de un programa de radio se tratara; alumnos buscaron trabajo, aprovechando que no tenían que ir al campus y pretendían seguir la clase en plena actividad laboral; alumnos que se presentaban ante la cámara en pijama o en la cama abrazando su almohada y papás que olvidaban que sus hijos estaban en otra clase de “salón” y les gritaban que fueran a ayudarlos.

Los primeros días el panorama era desolador y tardaban entre 10 y 15 minutos para conectarse. Después hubo que iniciar una lucha para convencerlos de la necesidad de tomar las clases aseados, vestidos y como si estuvieran en clases. Poco a poco fueron aceptándolo, aunque nunca faltó el que, a última hora, se alisara el pelo para que no se le notara que acababa de levantarse. Otra lucha fue la de que apagaran sus micrófonos y mantuvieran las cámaras encendidas, porque sin previo aviso dejaban de estar en línea.

Los maestros, para ese entonces, ya habíamos dedicado muchas horas a preparar una clase atractiva, con muchos videos y toda la parafernalia necesaria para captar la atención de los estudiantes. A pesar de eso, la atención de algunos era nula, se les podía ver con cabeza inclinada atendiendo seguramente su celular.

En cuanto a los trabajos que se les encargaba, el panorama tampoco era alentador. No aceptaban repetir lo que estaba mal porque, según ellos: “Hicieron su mejor esfuerzo” o porque “Consideraban que así estaba bien”.  El caso es que no llevaban muy bien ni las clases en línea ni las tareas. A los maestros siempre nos quedó la duda de si, con tantas distracciones y tan poco tiempo de clase real, nuestros jóvenes estudiantes habrían aprendido algo.

Sabemos que los maestros responsables, en tiempos normales, viven con el estrés constante que supone preparar clases, motivar a sus alumnos y lograr que adquieran el conocimiento. No obstante, con esta nueva modalidad, dicho estrés se estaba multiplicando por dos. Buscar materiales adecuados a cada tema y que además sean atractivos y pertinentes a lo que pretende enseñar, no es cosa fácil, a pesar de que en internet hay una gran variedad de ellos. No resulta nada sencillo tampoco competir con las redes sociales y los distractores del hogar con los que la atención de nuestros alumnos se desperdigaba.

Con esta experiencia cada vez me convenzo más de que la educación a distancia no proporciona el mejor ambiente para el aprendizaje en niños y jóvenes que están en formación, sólo es buena como apoyo. Creo que resulta conveniente y apropiada para los que ya tienen una carrera y quieren seguir estudiando. Sé que no tenemos otra opción mientras dure esta emergencia, pero me preocupa enormemente que los alumnos estén perdiendo ciertos hábitos y que éste sea un año muerto en lo que a aprendizaje se refiere.

También debo reconocer que esta crisis nos está dejando muchos aprendizajes a los maestros y el más importante es el de empezar a ver a las nuevas generaciones con otros ojos. Ya basta de decirles que está bien todo lo que hacen o dicen, ayudémosles a ser críticos y exigentes con ellos mismos. Ayudémosles a entender el valor del esfuerzo, el trabajo bien hecho, la responsabilidad y el compromiso.

No está bien, ni todo lo que dicen, ni todo lo que hacen y no es correcto que los maestros sigan permitiéndolo para no perder el apelativo de “buena onda” o para no tener que confrontarse con ellos. Tampoco está bien que los padres no les exijan para evitarle el sufrimiento a sus hijos. Estamos formando generaciones emocionalmente frágiles y con poca tolerancia a la frustración, que se quiebran ante cualquier obstáculo.

La nueva pedagogía de la educación-show, fácil y divertida ha hecho mucho daño y tenemos que reflexionar al respecto y corregir el camino porque, si bien hay que adaptar la metodología a los nuevos tiempos, también hay que prepararlos para la vida. Me encanta la frase del educador y escritor francés, Daniel Pennac cuando dice: “!Qué pedagogos éramos cuando no estábamos preocupados por la pedagogía!” y cuánta razón tiene.

Esta pandemia nos demostró que, como nunca, hay que fortalecer el espíritu de nuestros niños y jóvenes, extraer lo mejor de ellos mismos y prepararlos realmente para un mundo que ni los consentirá, ni los comprenderá y mucho menos les permitirá una segunda oportunidad. Cada vez hay menos empleos y los pocos que quedarán se destinarán a la gente fuerte y bien preparada. Petra Llamas García

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Publicado en La Jornada de Aguascalientes el 31 de julio del 2020


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