La pandemia del coronavirus, COVID-19, impuso la educación
a distancia en todos los niveles educativos, así que de buenas a
primeras, nos encontramos dando clases en un nuevo ambiente, desarrollando
nuevas metodologías y tratando de sobrevivir a esta modalidad. Así empezó la
aventura de dar clases en tiempos de cuarentena.
En educación
superior, algunas instituciones
permitieron que los maestros únicamente
pidieran a los alumnos que les
entregaran proyectos y trabajos a
través de la plataforma. Otras
decidieron que era mejor que los alumnos
recibieran las clases a través de una cámara,
en tiempo real y respetando el horario
que tenían.
Los problemas no se hicieron esperar. Alumnos que no podían conectarse o que tenían estropeada la cámara; alumnos que en ese tiempo acompañaban a sus padres a cualquier tarea y pretendía escuchar la clase como si de un programa de radio se tratara; alumnos
buscaron trabajo, aprovechando que
no tenían que ir al campus y
pretendían seguir la clase en plena actividad
laboral; alumnos que se presentaban ante la cámara en pijama o en la
cama abrazando su almohada y papás que olvidaban que sus hijos estaban en otra clase de “salón” y les gritaban que fueran a ayudarlos.
Los primeros días el panorama era desolador y tardaban entre 10 y 15 minutos para conectarse. Después hubo que iniciar
una lucha para convencerlos de la necesidad de tomar las clases aseados, vestidos y como si estuvieran en clases. Poco a poco fueron
aceptándolo, aunque nunca faltó el que, a última hora, se alisara el pelo para
que no se le notara que acababa de levantarse.
Otra lucha fue la de que apagaran
sus micrófonos y mantuvieran las cámaras encendidas, porque sin previo aviso dejaban de estar en línea.
Los maestros, para ese entonces, ya habíamos dedicado muchas horas a preparar una clase atractiva, con muchos videos y toda la parafernalia necesaria para captar la atención de los estudiantes. A pesar de eso, la atención de algunos era nula, se
les podía ver con cabeza inclinada
atendiendo seguramente su celular.
En cuanto a los trabajos que se les encargaba, el panorama tampoco era alentador. No aceptaban repetir lo que estaba mal porque, según ellos: “Hicieron su mejor esfuerzo” o porque “Consideraban que así estaba bien”. El caso es que no llevaban muy bien ni las clases en línea ni las tareas. A los maestros siempre nos quedó la duda de si, con tantas distracciones y tan poco tiempo de clase real, nuestros jóvenes
estudiantes habrían aprendido
algo.
Sabemos que los maestros responsables, en tiempos normales, viven con el estrés constante que supone preparar clases, motivar a sus alumnos y lograr que adquieran el conocimiento. No obstante, con esta nueva modalidad, dicho estrés se estaba multiplicando
por dos. Buscar materiales adecuados
a cada tema y que además sean atractivos
y pertinentes a lo que pretende
enseñar, no es cosa fácil, a pesar de que en internet hay una gran variedad de ellos. No resulta nada sencillo tampoco
competir con las redes sociales y los distractores
del hogar con los que la atención de
nuestros alumnos se desperdigaba.
Con esta experiencia cada vez me
convenzo más de que la educación a distancia no proporciona el mejor ambiente
para el aprendizaje en niños y jóvenes que están en formación,
sólo es buena como apoyo. Creo que
resulta conveniente y apropiada para
los que ya tienen una carrera y
quieren seguir estudiando. Sé que no
tenemos otra opción mientras dure
esta emergencia, pero me preocupa
enormemente que los alumnos estén perdiendo ciertos hábitos y que éste sea un año
muerto en lo que a aprendizaje
se refiere.
También debo reconocer que esta crisis nos está dejando muchos aprendizajes a los maestros y el más importante es el de empezar a ver a las nuevas generaciones con otros ojos. Ya
basta de decirles que está bien todo lo que hacen o dicen,
ayudémosles a ser críticos y exigentes con ellos mismos. Ayudémosles
a entender el valor del esfuerzo, el
trabajo bien hecho, la responsabilidad y el compromiso.
No está bien, ni todo lo que dicen,
ni todo lo que hacen y no es
correcto que los maestros sigan
permitiéndolo para no perder el apelativo de “buena onda” o para no tener que confrontarse con ellos. Tampoco está bien que los padres no les exijan para evitarle el sufrimiento a sus hijos. Estamos formando generaciones
emocionalmente frágiles y con poca tolerancia a la frustración, que se quiebran
ante cualquier obstáculo.
La nueva pedagogía de la educación-show, fácil y divertida ha
hecho mucho daño y tenemos que reflexionar
al respecto y corregir el camino porque,
si bien hay que adaptar la metodología a los nuevos tiempos, también hay que prepararlos para la vida.
Me encanta la frase del educador y escritor francés, Daniel Pennac cuando dice:
“!Qué pedagogos éramos cuando no estábamos preocupados por la pedagogía!” y cuánta razón tiene.
Esta pandemia nos demostró que, como nunca, hay que fortalecer el espíritu de nuestros niños y jóvenes, extraer lo mejor de ellos mismos y prepararlos realmente para un mundo que ni los consentirá, ni los comprenderá
y mucho menos les permitirá una segunda oportunidad. Cada vez hay menos
empleos y los pocos que quedarán se destinarán a la gente fuerte y bien preparada. Petra Llamas García
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Publicado en La Jornada de Aguascalientes el 31 de julio del 2020
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