“Cualquier
esfuerzo resulta ligero con el hábito”
Tito Livio
La
cuarentena por la pandemia del COVID-19
está terminando. En unos países se justifica por la baja incidencia de contagios y muertes y en otros, como el nuestro, siguen los contagios y las
muertes, pero era un imperativo moral, ya que muchas personas viven al día y la
economía se estaba deteriorando a
pasos agigantados. Lo cierto es que, con muchos cuidados, estamos recuperando
algunas de nuestras actividades.
Las calles vuelven a llenarse de tráfico, los comercios abren tímidamente y con muchas precauciones y la gente hace intentos por acostumbrarse a los tapabocas y mantener una prudente distancia. Las empresas empiezan a rodar siguiendo protocolos rigurosos. Por su parte, las dependencias de gobierno tienen guardias y reciben a cuentagotas, tanto a los ciudadanos como sus trámites.
El turismo internacional aún no se decide,
porque las cifras asustan demasiado y el nacional va lento y con desconfianza.
Las instituciones educativas tienen su período vacacional, así que aún no notan esa “nueva normalidad”. Los padres respiran tranquilos al haber
dejado ya el papel de maestros y el estrés que suponía; eso sí, tienen el
firme propósito de valorar más a los maestros y no ser tan injustos
con ellos.
Esa
aparente normalidad está
evidenciando también los malos hábitos que se adquirieron durante el
encierro forzoso por el COVID-19. La impotencia de
estar a merced de algo sobre lo que no teníamos control provocó conductas depresivas, que se manifestaron con agresividad y desajuste emocional. Un desajuste que se ha
reflejado en el sedentarismo, insomnio, mala alimentación, irritabilidad,
poca tolerancia, trastorno de horarios y procrastinación. Hay que recuperar esas rutinas perdidas, pero también hay que preservar actitudes y nuevos hábitos que antes
no se veían con los mismos ojos y que parecía que no necesitábamos.
En
el balance de los daños hay que dedicar un espacio
exclusivo a todos los que murieron y
a sus familiares por el dolor que están sufriendo. Ellos no
están ni para recuperar hábitos ni
para iniciar con unos nuevos, necesitan tiempo,
afecto y apoyo. Otro sector que
necesita atención y reconocimiento es el de los
profesionales de la salud que siguen
arriesgando su vida por ayudar a los
demás. Aunque tampoco podemos olvidar, en este recuento de daños, a
todos aquellos que perdieron su trabajo o su negocio. Es de lamentar que un virus
haya ocasionado tanto dolor y tristeza.
En
el otro lado están los que mantienen su trabajo
y ninguno de sus familiares ha fallecido. Ellos son los que ahora
están reflexionando sobre la conducta de estos meses de aislamiento y preparándose para volver
al mundo a vivir la misma vida o modificarla para hacerla mejor. Poco a poco van saliendo de la cueva, con mucho miedo y
desconfianza, pero también con la alegría
de recobrar la rutina; con el
propósito de aprovechar más y mejor
el tiempo y con las ganas de cambiar muchas cosas. Descubrieron a cuántas actividades
le estuvieron dando una importancia inmerecida y a cuántas otras tuvieron olvidadas
y esas eran justamente las que más importaban.
Una
de ellas, la más importante, es el valor
de la convivencia con la familia. Coexistir tantas horas y tantos días
juntos sirvió para descubrirlos, ya
sea en los malos momentos o en los más felices.
Sin embargo, antes de la pandemia, esa
convivencia siempre fue relegada por motivos
laborales o de otro tipo; motivos que
ahora no parecen tan significativos,
ya que nada vale tanto la pena como estar cerca de la familia.
Otro
hábito que descubrieron es el de dejar
de comprar por comprar. Se dieron cuenta que muchas veces se compra por impulso y no por necesidad
y que, ante la pregunta ¿Lo quiero o lo
necesito? Siempre se optaba por “lo
quiero”, buscando la mayoría de las veces una satisfacción emocional
que ahora están descubriendo en otro lado. Hubo tiempo para buscar en los armarios
y ver que ya tenían más de lo que podían desear. Hicieron el propósito de comprar con más cuidado e inteligencia, sin depositar en las cosas
materiales las carencias afectivas. Con
la cuarentena todos se curaron un
poco del consumismo.
La
cuarentena ayudó también a
desarrollar un sentimiento de solidaridad y a comprender la situación tan desesperada y triste de mucha gente,
entre ellos los dueños de pequeños negocios.
Los que salieron de la caverna, sin
pérdidas, lo hicieron con una gran necesidad de apoyar a los que no fueron tan afortunados,
por lo que el movimiento, “Consume
local”, resonó fuerte y muchos se están
adhiriendo a él sin demasiada resistencia.
Hay
muchas más cuestiones y aprendizajes
sobre los que analizar y reflexionar, no cabe duda que los seres humanos, en mayor o menor medida,
tienen en su interior el espíritu y la fortaleza que surge en los momentos de mayor crisis. Eso, y la capacidad para encontrar una enseñanza en dichas momentos, han sido la razón por la que se levantan
una y otra vez de situaciones límite.
Es cierto que el encierro deshizo algunos hábitos que estoy segura no tardarán en adquirirse de nuevo, pero las enseñanzas y el apreciar lo que realmente vale la pena también provocó el deseo de mejorar e iniciar nuevos hábitos . Según Enrique Rojas: “Mejorar no es otra cosa que repetir actos positivos, buenos, esforzándose, yendo contracorriente, negando el capricho del momento o lo que apetece”. Petra Llamas
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Publicado en La Jornada Aguascalientes el 10 de julio del 2020
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