"Servirse de un cargo público para enriquecimiento personal resulta, no ya inmoral sino criminal y abominable” Cicerón (106 a. C.)
Existe
un debate sobre si la corrupción,
como acto de egoísmo que busca el
bien propio sin pensar en el perjuicio
que ocasiona a los demás, es inherente
al ser humano o es una conducta aprendida. Unos opinan que sí y otros en cambio argumentan que no
es consustancial al ser humano, puesto que se necesita la
intervención de la voluntad y el
conocimiento de causa.
Lo
que sí parece lógico es que su
aparición tenga que ver con la organización
social que inicia cuando el hombre
se vuelve sedentario, las actividades comerciales y la estructura gubernamental que se
precisaba para mantener la cohesión
y el orden en los diferentes grupos
sociales. Otra prueba de que no forma parte de la esencia del ser humano es que ya existen países donde casi no tienen corrupción.
Según el Índice de Percepción de la
corrupción anual (IPC) de Transparencia Internacional, los países menos
corruptos del mundo son Dinamarca, Nueva
Zelanda y Finlandia. El éxito de estos países en su lucha contra la corrupción debe servirnos de ejemplo,
pero sobre es una luz de esperanza
de que sí se pueden enmendar este
tipo de conductas que tanto afectan
a la sociedad, directa e
indirectamente.
La
historia de la corrupción es tan antigua como la humanidad o por lo menos desde que dejaron evidencias escritas de tales actos. Al respecto existen vestigios de que ya se daba la corrupción en Mesopotamia y unas tablillas
con escritura cuneiforme sumerias lo confirman (tercer milenio a. C.). En
ellas se habla del soborno, con
regalos, que los padres le hacen a
un maestro para que trate bien a su hijo. También hay alusiones en el Código de Hammurabi (1750 a. C.). Por
su parte, en Egipto, en la época de Ramsés III (1198 a. C.) se documenta un
caso de corrupción con los alimentos
que se les daba a los trabajadores de las pirámides. También hay otro caso durante
el reinado de Ramsés IX (1100 a.C.) donde
un funcionario se alía con profanadores de tumbas. Son los casos más antiguos,
pero no los únicos.
Existen
muchos más en todas las culturas y épocas, sin que ninguna escape a este
mal, incluidas las prehispánicas. Uno
de los casos más impactantes es el del rey poeta, Netzahualcóyotl, soberano de Texcoco
(1402-1472) quien tuvo que soportar la condena a muerte de una de sus hijos
por actos de corrupción.
La
palabra “corrupción” involucra
acciones tan reprobables como el soborno,
tráfico de influencias, malversación, evasión fiscal, abuso de poder, impunidad
y un largo etcétera que no
terminaríamos nunca de enunciar, pero lo que esencialmente evidencia es una falta de ética y formación en valores
de una sociedad que busca el
beneficio personal en detrimento del bien
común. Decía el escritor francés, George
Bernanos, “El primer signo de la corrupción en una sociedad que todavía
está viva es que el fin justifica los medios”.
Es
un hecho que la corrupción se
aprenden en la familia y se fomenta en
la escuela con pequeños actos incorrectos, a los que se les
agrega la ausencia de consecuencias
o unas consecuencias injustas con
las que a veces se premia a los que hacen trampa
y se castiga a los que son honestos.
Este tipo de antivalores tendrán un gran
impacto en su formación. No importa
que se impongan asignaturas como Civismo
o Valores, cuando actos como el de plagiar, sobornar a un maestro, hacer
trampa o pasar el año sin estudiar se celebran y quedan en la impunidad.
Cuando
la impunidad, la complicidad y el relativismo de las conductas
corruptas entran en un grupo social tan importante como la escuela, se crea el caldo de cultivo
propicio para favorecerla y reproducirla y será la sociedad quien sufrirá las
consecuencias. Si queremos que exista una verdadera transformación social, habrá que proteger la escuela y educar con
mucha atención a sus protagonistas: padres,
maestros, alumnos y autoridades educativas.
Se
necesitan familias que siembren el
germen de la responsabilidad social
en sus hijos. Maestros honestos y
rectos que formen una ciudadanía
también recta. Se necesitan autoridades con liderazgo y honradez que sean ejemplo.
Se necesita una sociedad educada y
altruista que repruebe y denuncie con contundencia los actos de corrupción.
Necesitamos leyes que favorezcan la transparencia y rendición de cuentas y que también sancionen con rigor
estos actos. Es preciso tener muy
claro que trabajar por el bien común será la mejor forma de
adquirir el bien propio.
Decía
Platón: “El objetivo de la educación
es la virtud y despertar el deseo de convertirse en buen ciudadano”
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Publicado en La Jornada de Aguascalientes el 18 de septiembre del 2020
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