“La
mentira gana bazas, pero la verdad
gana el juego”
Sócrates
Una maestra estaba molesta porque una de sus alumnas había hecho mal el proyecto y le pedía que lo repitiera. La alumna, con un alto grado de insolencia, le replicaba que para ella el trabajo estaba bien. Finalmente entró en razón y aceptó hacerlo de nuevo.
Algo parecido pasa en México cuando el Presidente declara que tiene otras cifras, antes los cuestionamientos de ciertos datos negativos. No se quedaba atrás el entonces presidente de Estados Unidos, Trump, el señor de la posverdad, quien declaró sin parpadear que él había ganado las elecciones, a pesar de que las evidencias decían lo contrario. Hoy día todos parecen tener “su verdad”.
Dice, Candelaria Sànchez: Antes nos tragábamos las mentiras, ahora son postverdad. Podemos negar tanto la mentira como la verdad. Por eso estamos en el campo de batalla de lo verosímil”
El relativismo postmodernista fue el caldo de cultivo para que se
hiciera famosa la postverdad, término
que en inglés, “post-truth” fue
elegido por la universidad de Oxford
como la palabra del año 2016. Es un término de moda, sin embargo, podríamos
decir que la postverdad ha existido siempre. El mismo, Nietzsche, por ejemplo, ya en el siglo XIX declaraba que “No existen los hechos, sólo las interpretaciones”
y el nefasto Goebbels poco tiempo
después expresaba que “Una mentira
repetida mil veces se convierte en verdad”.
Ese poder de “crear una verdad” que
antes sólo era prerrogativa de los políticos de alto nivel, está ahora al
alcance de cualquiera que sea influyente
en medios o redes sociales.
La RAE define postverdad como: “Una distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales” y como ejemplo pone una frase muy significativa: “Los demagogos son maestros de la postverdad”.
Con la postverdad las opiniones se presentan como verdades y son más importantes que los hechos, ya que así es como
lo siente la persona. Los expertos la llaman también una mentira emotiva.
La educación no puede permanecer impávida ante este grave fenómeno. Todos sabemos que la lectura es la herramienta más importante en el aprendizaje, ya que con ella se accede a los conocimientos, enriquece el vocabulario y con él la elocuencia y cuando se domina, se adquiere la capacidad de análisis, síntesis y sobre todo evaluación.
Es la evaluación de aquello
que leemos o aprendemos lo que se precisa más que nunca. Desarrollar el pensamiento crítico, aprender a consultar fuentes diferentes y con distintos puntos de vista y ser capaces de emitir una opinión con conocimiento de
causa, sin dejarse llevar por lo que digan medios o redes sociales, es la habilidad por excelencia en la era de la postverdad.
Los grandes consorcios de internet nos manipulan con algoritmos, poniendo a nuestro alcance aquello con lo que nos
sentimos identificados, sean
productos, información o noticias y no todos recibimos lo mismo.
Estos datos, para proporcionarnos lo
adecuado a nuestros gustos, lo obtienen de nuestros “me gusta” y de la selección de contenidos que realizamos en las redes sociales e internet. A tal grado se han inmiscuido en nuestras
vidas y a tal grado ha llegado el poder
sobre los individuos.
La poca calidad de la educación que se imparte actualmente les
facilita aún más las cosas y si encima la gente
no sabe leer, ni adoptan una postura crítica ante lo que leen, pasan
a formar parte de la masa ignorante, fácilmente manipulable y que
se traga cualquier cosa, como si fuera un caramelo.
Son esas masas aborregadas las que vuelvan virales tantas tonterías y se creen
lo que cualquier charlatán les
quiera hacer creer, sea líder político,
periodista, empresario o youtuber. Decía,
Ronald Reagan: “Confíe, pero verifique”
Últimamente los expertos en educación
nos han ofrecido cursos, charlas y congresos al por mayor. Han saturado internet con nuevas propuestas de innovación educativa, metodologías
de vanguardia y respuestas a los retos con los que el contexto actual nos puso a prueba, causando un poco de frustración a maestros e
instituciones, ya que la lista de cambios parece no tener fin.
Es cierto que hay que renovarse pedagógica y tecnológicamente, sobre todo porque las nuevas generaciones ya son nativos digitales, pero en medio de toda esa parafernalia que nos ofrecen hay algo más significativo y más importante, hacer que nuestros estudiantes adquieran el gusto por el saber, busquen la verdad y reivindiquen la importancia de las evidencias cuando se les presenta información.
Eso se
consigue cuando leen bien, entienden
lo que leen y son capaces de procesar
esa información para convertirla en conocimiento. Creo firmemente que la habilidad de la lectura, la escritura y la correcta expresión verbal tendría que ser obligatoria para
poder aprobar el curso escolar y ya
desde edades tempranas ir desarrollándoles el pensamiento crítico.
De nada sirve desesperarnos ante los desafíos que nos presenta el mundo digital con sus posverdades
y su manipulación, si el sistema educativo sigue ofreciendo una pobre educación, sin contenidos
y en la que no se prepara a sus estudiantes
para enfrentar un mundo donde las mentiras, el relativismo, las idioteces,
la superficialidad y el borreguismo tienen su reino. Bien decía,
George Orwell: “En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto
revolucionario”.
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Publicado en La Jornada de Aguascalientes el 04 de diciembre del 2020
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